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En total, soñé cinco veces con Edmundo Belmonte, un tipo esmirriado, cuarentón, con expresión más bien siniestra, malquerido en todos los ambientes y tema obligado de conversación en las mesas de funcionarios o de periodistas.
En el primero de esos sueños, Belmonte discutía larga y encarnizadamente conmigo. No recuerdo bien cuál era el tema, pero sí que él me repetía, como un sonsonete: «Usted es un atrevido, un inventor de delitos ajenos», y a veces agregaba: «Me acusa y es perfectamente consciente de que todo es mentira». Yo le mostraba los documentos más comprometedores y él me los arrebataba y los rompía. Era en medio de ese desastre que yo despertaba.
En el segundo sueño ya me tuteaba y sonreía con ironía. Sus sarcasmos se basaban en mis canas prematuras. Generalmente, la broma explotaba en una sonora carcajada final, que por supuesto me despertaba.
En el tercer sueño yo estaba sentado, leyendo a Svevo, en un banco de la plaza Cagancha, y él se acercaba, se acomodaba a mi lado y empezaba a contarme los intrincados motivos que había tenido, allá por el 95, para herir de muerte a un comentarista de fútbol. Lógicamente, yo le preguntaba cómo era que ahora andaba tan campante, señor de la calle, y él volvía a sonreír con ironía: «¿Querés que te cuente el secreto?», pero fue precisamente en esa pausa que me desperté.
En el cuarto sueño me contaba con lujo de detalles que el gran amor de su agitada vida había sido una espléndida prostituta de El Pireo, a la que, tras un quinquenio de maravilloso ensamble erótico, no había tenido más remedio que estrangular porque lo engañaba con un albanés de poca monta. De nuevo insistí con mi pregunta de siempre (cómo era que andaba libre). «El narcotráfico, viejo, el narcotráfico.» Mi estupor fue tan intenso que, todavía azorado, me desperté.
Por fin, en mi quinto y último sueño, el singular Belmonte se apareció en mi estudio de proyectista, con una actitud tan absurdamente agresiva que no pude evitar que mis dientes castañetearan.
—¿Por qué me vendiste, tarado? —fue su vociferada introducción—. Te crees muy decente y pundonoroso, ¿verdad? Siempre te advertí que con nosotros no se juega. Y vos, estúpido, quisiste jugar. Así que no te asombres de lo que viene ahora.
Abrió bruscamente el portafolios y extrajo de allí un lustroso revólver. Me incorporé de veras atemorizado, pero antes de que pudiera balbucear o preguntar algo, Belmonte me descerrajó dos tiros. Uno me dio en la cabeza y otro en el pecho. Curiosamente, de este último sueño aún no me he despertado.
(da Mario Benedetti "El porvenir de mi pasado")
Cinque Sogni
(Traduzione di Ezio Falcomer)
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